jueves, 26 de abril de 2012

Sex on fire.




Llega un leve rumor con esencia de Johnny Cash. El aire cargado de sudor y jadeos resulta agradablemente irrespirable. Mientras, el sol del atardecer se cuela entre las rendijas de las persianas, sacando a relucir motas de polvo flotante que acarician su espalda en la penumbra. Y ella las odia por ello.
Esa espalda es tan suya que le tortura el simple hecho de que alguien que no sea ella pueda tocarla. Se arrastra por la alfombra hacia él, desesperada, y le rodea la cintura. Se aferra a él como si en cualquier momento fuera a desvanecerse. Pero no lo hará, nunca.
Le acaricia los hombros con el filo de sus dientes, para ir poco a poco abriéndose paso hacia su cuello y terminar recorriendo el inicio de su columna vertebral con la lengua. Él nota palpitar su acelerado corazón sobre su espalda desnuda y se gira para seguir con lo que antes no terminó, para encontrar su boca entreabierta esperando por su saliva, para comerse su orgullo y lo que ella quiera .
Y tienen todo el tiempo del mundo. Ahí, en esa alfombra, que todavía le quedan muchos arañazos y rozaduras por aguantar.

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