martes, 22 de mayo de 2012

Lo entiendo todo.

Ahora lo entiendo todo.
Esas canciones de poetas desterrados en bares de humo y tacones.
De como agoniza el violín de un músico callejero, cuando el orgullo pesa más que un beso.
Entiendo esos corazones desgarrados, cuando la ausencia duele tanto como balas de cañón.
Conozco esa mezcla de nervios e impaciencia cuando se acerca para que mi sangre fluya a su ritmo.
Entiendo de ridículas realidades que cobran sentido con una sonrisa.
Y de como el miedo a perdernos nos tortura lo suficiente como para despúes curarnos con saliva.
Lo suficiente, pero nunca demasiado.
También entiendo lo frías que son las noches cuando no puedo luchar contra sus pesadillas.
Y sé cuales son sus puntos más débiles porque es donde me gusta montar guardia.
Puedo distinguir trescientos tipos de caricias, cada una más apremiante que la anterior. 
Que sí, que conozco muy bien la maravilla que resulta que se despierte a mi lado.
Y que se duerma.
Y también entiendo eso de viajar por su espalda y que no sea a él a quien se le ponen los pelos de puntas.


¿Pero cómo iba a ser de otro modo?
Si ahora gracias a él, lo entiendo todo.




domingo, 20 de mayo de 2012

Pesadillas.


Como ya era costumbre, las pesadillas acudían puntuales a su cita nocturna. Eran pocas las noches que la dejaban dormir sola. Siempre la sorprendían con el corazón desbocado y con un hilo de sudor frío descendíéndole por la columna. Pero entonces, algo más que el miedo  comenzó a acariciarle la espalda. Esa noche las pesadillas no eran su única compañía. 
- ¿Qué te pasa?
  La poca luz que entraba por las rendijas de la persiana era suficiente para saber que estaba allí, que no era un sueño ni nada, que era real. No le hacía falta explicarle lo que hace unos segundos la había despertado, no necesitaba contarle sus miedos porque él conocía todos y cada uno de ellos. Solo ver la curva de su mandíbula, sus ojos entreabiertos a causa del sueño interrumpido, solo con respirar su olor inconfundible  era suficiente para devolverle la tranquilidad. Volvió a recostarse sobre esa cama soporte de tantas batallas a muerte por cansancio. Hundió la cara en su cuello y sonrió.
- Que te quiero.