domingo, 20 de mayo de 2012

Pesadillas.


Como ya era costumbre, las pesadillas acudían puntuales a su cita nocturna. Eran pocas las noches que la dejaban dormir sola. Siempre la sorprendían con el corazón desbocado y con un hilo de sudor frío descendíéndole por la columna. Pero entonces, algo más que el miedo  comenzó a acariciarle la espalda. Esa noche las pesadillas no eran su única compañía. 
- ¿Qué te pasa?
  La poca luz que entraba por las rendijas de la persiana era suficiente para saber que estaba allí, que no era un sueño ni nada, que era real. No le hacía falta explicarle lo que hace unos segundos la había despertado, no necesitaba contarle sus miedos porque él conocía todos y cada uno de ellos. Solo ver la curva de su mandíbula, sus ojos entreabiertos a causa del sueño interrumpido, solo con respirar su olor inconfundible  era suficiente para devolverle la tranquilidad. Volvió a recostarse sobre esa cama soporte de tantas batallas a muerte por cansancio. Hundió la cara en su cuello y sonrió.
- Que te quiero.


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